Al Barcelona llegó hace un año, como el fichaje más caro en la historia del club y con veinte años. Vino a suplir el hueco de Neymar, ni más ni menos, y con el rótulo del “Nuevo Henry” bien pegado a la frente. Aunque el mundo ya lo conocía, y su paso por el Dortmund lo postuló como uno de los niños prodigios del momento, en el Barcelona tendría que graduarse de supercrack, pues los 105 millones de euros que costó lo obligaban a sorprender, a parar a la tribuna y conversar de tú a tú con Lio Messi. Pasó que en su primer partido como titular, en Getafe, se jodió el isquiotiobial y le dijo adiós a la temporada.
El morbo cayó sobre él y pasó a ser el juguete roto más lujoso del planeta. Cuando volvió, jugó poco, hizo pocos goles y se ganó titulares amarillos criticando su presencia. Desde entonces ha sido carne de cañón y a su mundo lo rodea la duda. La misma duda que sufrió en el Mundial, en el que aunque fue campeón terminó perdiendo el puesto. Pasó que ayer, en la Súpercopa, cuando el partido se le canlentó al Barcelona, Ousmane se la pidió cortica a Messi y sacó un misil que hizo que el 10 alzara la copa. Fue el premio a resistir, a seguir creyéndose el cuento. Llegó el lunes, el fin de semana pesa, que ojalá aguanten la presión como el bueno de Ousmane
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Ousmane Dembele necesitaba sentirse importante, necesitaba un gol así con el #FCBarcelona. Tremendo gol el del francés. #Supercopa pic.twitter.com/Vne09w49ls
— Marcos (@SeasonsMarcos) August 12, 2018
Foto:
Mundo Deportivo
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