La opinión de los columnistas no refleja necesariamente la de Hablaelbalón.
Después de que nos eliminó Inglaterra en Rusia, aunque la cara temblorosa del viejo Pékerman nos sobrecogió, en el fondo sabíamos que salvo un milagro su ciclo había llegado a su fin. Entonces, como pasa siempre en esos casos, empezamos a especular con su reemplazo; a imaginar, por ejemplo, a Juan Carlos Osorio vestido con los cortos de la selección, implementando en su acento bien paisa su metodología científica.
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Y hablo de Osorio porque, de todas las posibilidades que se han barajado (incluyendo la del Tino Asprilla), me parece la mejor. Meses antes del Mundial de Rusia tuve la oportunidad de asistir a una charla suya en Cumbre Fútbol, en la que explicó con síntesis (con carisma y con mucha arrogancia) su trabajo al frente de la Selección de México. No es este el espacio para descorrer los secretos del profe (para eso mejor comprar el libro La Libreta de Osorio del emérito Patroncito Bérmudez), pero sí les puedo decir que salí cabalmente convencido de que, de nombrarlo, la Selección quedaría en manos de un tipo obsesivo, metódico, valiente para jugar, competente para potenciar a los más chicos y exigirle sin gabelas a los consagrados: un seleccionador sin par. Además noté en su mirada un anhelo visceral, infantil, por ser el guía del equipo de su país.
Luego Juan Carlos dio por terminado su vínculo con México –país hermoso, país ingrato– y el enroque por “Pék” parecía hacerse solo. Sueño cumplido para muchos. Pero como vivimos en Colombia, la Superintendencia destapó la olla podrida de la reventa de boletas que se fraguó en las oficinas de la Federación y nuestros encorbatados dirigentes tuvieron que dejar de lado el nombramiento del nuevo técnico y enfocarse en cambio en defenderse. Osorio, cansado de esperar, aceptó ser el encargado de llevar a Paraguay a Catar 2022; luego nos anunciaron que Pékerman no iba más y que “no había plan A, ni B, ni C para reemplazarlo”…. mejor dicho, todo se fue al carajo.
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Pero como vivimos en Colombia, país de los remiendos, empezamos a ver la luz al final del túnel cuando se filtró que el contrato de Osorio en Paraguay tendría una cláusula que lo exime de cumplirlo si es llamado por la Selección Colombia. “Ahí está el quid del asunto”. “Chúpenla, paraguas”. “Osorio se viene”. Ahora el debate tomó mucha más vigencia, vigencia real, porque Osorio declaró públicamente que no dejaría Paraguay por ninguna otra propuesta, a menos de que se tratara de una de la Federación Colombiana de Fútbol.
¡Pues no! Eso no está bien. Y habla mal de nosotros. Y hablaría mal de Juan Carlos Osorio, profesional sin manchas. Sería seguir metidos en esa vorágine maldita del fútbol moderno, llena de letras menudas y de cláusulas macabras que se llevan por delante al hincha, a los niños paraguayos que quieren ver de vuelta a su Selección en el Mundial y a los que se les iluminaron los ojos cuando sus padres les contaron que el nuevo técnico de su Selección es uno de los mejores del continente. Cuando le preguntaron, dijo Juan Carlos que tenía una responsabilidad moral con su país (Colombia) y que sería cumplir un sueño de toda la vida. Lo segundo seguro será verdad, lo primero no. Al final el puede hacer lo que quiera, pero la responsabilidad moral, si algo, la tiene con los millones de paraguayos que se ilusionaron con su llegada.
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Ya sé que saldrán a decir que esto es puro romanticismo, que “la vida es así”. Ya sé que Osorio está en su derecho y que “allá ellos si aceptaron firmarlo en esos términos”. Me importa un carajo. Admiro a Juan Carlos porque juega para el hincha, porque es de esos que sienten que el fútbol tiene un compromiso estético y ético, de esos para los que no “todo vale”. Lo admiro porque lo considero un profesional de palabra.
Verlo echar para atrás su nombramiento lo haría, en mi opinión, un líder del montón. Y la Selección Colombia necesita un tipo extraordinario, como el viejo que, con ojos llorosos, la semana pasada nos dijo adiós.
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Infobae