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Gracias a un informe sobre Football Leaks que sacamos el fin de semana, en Hablaelbalón nos dimos cuenta de la gravedad y la influencia mediática del tema. Por eso, durante todo el día de ayer estuvimos escarbando los informes de Football Leaks que el diario alemán –que tiene todo un equipo dedicado al asunto- más la colaboración de más de diez medios aliados, ha ido sacando en los últimos meses.
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Hoy en la mañana, en el paneo matutino de las redes sociales y los medios especializados en fútbol, comprobé lo obvio: todos dedicaron espacio y tinta a las entretenidas revelaciones de Football Leaks. Y es que no es para menos: además de lo atractivo que tienen todas las historias de hacking y filtraciones a los poderosos, en los cables se revelan datos que van al centro del morbo futbolero: los detalles del contrato que firmó Mbappé con el PSG; la negociación de Pep Guardiola con el Manchester City mientras todavía tenía un año de contrato con el Bayern; los millones y las variables que pagó el Bayern por James Rodríguez… ¿Qué futbolero no se interesa por conocer estos detalles del circo-fútbol?
Lo problemático no es entonces que haya una audiencia voraz que da clic para enterarse que Mbappé le exigió al PSG 30.000 euros mensuales destinados a su staff personal, o que James firmó una clausula con el Bayern en la que el club alemán se comprometió a pagarle un bono de 250.000 euros cuando el zurdo llegara a su gol número 12: pues el fútbol es entretenimiento y los fichajes, los números siderales, la extravagancia de las estrellas, son parte estructural del show de hoy en día. Punto.
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Lo problemático, lo triste, lo deprimente, es que los cables comprueban lo que ya todos sabíamos: que el fútbol en la élite da asco, que las regulaciones las esculpen a su antojo los grandes capitales petroleros, que la FIFA sigue siendo ese cuartel oscuro e inexpugnable en el que la voracidad prima sobre la justa competencia. Y que el hincha, ustedes y yo, somos cómplices conscientes y activos de lo que pasa.
Ayer, mientras veía el Napoli vs. PSG, embobado por los arranques indescifrables de Neymar, por los juegos pirotécnicos de Mbappé, por el cóctel de técnica y arrogancia creativa que se da con Draxler, Verrati y Di María, se me olvidó de golpe que el PSG es señalado por incumplir sistemáticamente con el Fair Play financiero. Me importó un carajo que para poder juntar al astro francés y al genio brasilero son necesarias las piruetas financieras que se maquinan desde Catar para manipular e inflar ventajosamente los ingresos por publicidad que reporta el club parisino. Tampoco me importó que Infantino, incumpliendo con los parámetros de la FIFA, se haya reunido con el dueño del club para negociar las sanciones. Ni que ni al PSG, ni al Manchester City, los hayan echado de la competición como indica el reglamento.
Nada de eso. Ahí estaba yo, anestesiado por los cracks, embobado por ese equipo fraudulento, mafioso y nuevo rico, sumando en el raiting, perpetuando el triste paradigma del fútbol de hoy en día. Y ahí estamos todos: nos gastamos un dineral en las camisetas de los equipos de moda en París y en Inglaterra, pagamos puntuales la televisión por cable que los sostiene, comentamos en las redes sociales haciendo que su nombre -o sea su marca- sea cada vez más valiosa. El problema es que para dejar de ser cómplices, la mejor manera es dejar de ver fútbol. ¿se le miden?
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