El Once Caldas del profesor Luis Fernando Montoya será para siempre uno de los equipos más queridos y respetados del deporte colombiano.
Seis meses después del bombazo que Jhon Viáfara le metió a Abbondanzieri en el Palogrande, y que produjo el ruido más atronador que alguna vez se haya oído en la dulce Manizales, el profesor Montoya fue abaleado a la altura de su tercera vértebra por defender a su esposa de un asalto. En una tragedia que ni Macondo se hubiese permitido, dos miserables lo dejaron en silla de ruedas…
En homenaje a su figura y a su hazaña vale la pena repasar, una y mil veces, la gesta gloriosa de aquel equipo campeón de Libertadores que vistió a toda Colombia de blanco.
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El contexto
El Once Caldas campeón del Torneo Apertura 2003 fue el abono que le permitió al profesor Montoya salir campeón de América en el 2004. En ese torneo se consolidó la base de aquel equipo: Juan Carlos Henao, Vanegas, Cataño, Velázquez, Diego Arango, Valentierra, Dayro Moreno y Galván Rey. El Once hizo un magnífico torneo, quedó de primero en el todos contra todos, ganó su cuadrangular con 14 puntos y finalmente superó al Junior en la final.
En el siguiente semestre, el Finalización 2003, el equipo se le derrumbó al Profe. Se aburguesó con el éxito y fue difícil explicar cómo un grupo tan fiable terminó por fuera de los ocho seis meses después.
Sin embargo, a pesar de esa mala campaña, el Once se había ganado un cupo para la Libertadores 2004. Y había nómina para competir en Suramérica. Los apellidos no cambiaron mucho con respecto al equipo que había salido campeón seis meses antes. Lo más destacado fueron las llegadas del lateral Miguel Rojas, Herly Alcázar y Jhonatan Fabbro, un talentoso enganche argentino que venía de Boca. Con esas incorporaciones el entrenador tenía herramientas para competir en Copa, pero aun así, lo cierto es que tampoco había fenómenos de otro planeta para soñar con ganarle al Boca de Bianchi en la final. Esto, amigos, fue un cuento de hadas.
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Primera etapa
El Once Caldas quedó en el Grupo 2 junto a Vélez Sarsfield, Fénix de Uruguay y Maracaibo. En la primera etapa vimos un equipo con gran artillería. Valentierra, si bien era media punta, había sido goleador del Apertura 2003 con 13 goles y a su lado estaba el gran Sergio Galván Rey, goleador histórico del FPC. Además también estaban Jeffrey Díaz, Fabbro, Alcázar y el gran Dayro Moreno, que a sus 18 años apenas salía del cascarón.
Atrás, el plan fue el mismo desde el primer partido hasta la final: una línea de cuatro con Samuel Vanegas y Edgar Cataño de centrales; dos defensores altos (1,88 y 1,93), contundentes en el juego aéreo y, sobre todo, agresivos. De laterales jugaban Miguel Rojas por derecha y Edwin García por izquierda, jugadores muy fiables para defender que fueron clave cuando el equipo tuvo que ser una muralla. De mitad de cancha para arriba, aunque Rojas tenía una gran pegada para lanzar centros al área, ninguno de los dos fue determinante.
En la fase de grupos, el profesor Montoya optó por jugar con tres volantes. Generalmente fueron Jhon Viáfara, Elkin Soto y Diego Arango. Viáfara, que para entonces era un box-to-box con un despliegue y una zancada sensacional, fue el eje del mediocampo. Junto a Henao, fue el jugador más importante de la Copa.
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En la fase de grupos el módulo ofensivo varió mucho. En alguna ocasión el Caldas jugó con doble enganche (Fabbro-Valentierra) y en alguna otra lo hizo con dos delanteros. Los titulares, con escasas excepciones, fueron Valentierra de media punta y Galván Rey de nueve.
En términos generales, este Once jugaba con un 4-3-1-2 o 4-3-2-1. Con tantos y buenos delanteros el equipo tuvo al principio una gran vocación ofensiva que fue decreciendo a medida que avanzaron las fases. Con un Galván inspirado, que atacaba muy bien los espacios, no se requería de demasiada elaboración para herir. Era un equipo directo que necesitaba de tres o cuatro pases para llegar al área rival. La pelota quieta de Valentierra también fue indispensable.
El equipo terminó primero de grupo con 13 puntos: cuatro victorias, un empate y una derrota.
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Segunda etapa
Después de la fase de grupos Galván y Fabbro abandonaron el barco. (El goleador histórico del club partió a la MLS, una decisión que probablemente lloró unos meses después). Sin el talento del mediapunta y el gol del delantero argentino, esto sumado al escenario que suponen las eliminatorias a ida y vuelta, el profesor Montoya construyó un Once Caldas mucho más defensivo. Un rocoso 4-4-1-1 con una idea muy marcada: defender e incomodar al rival de visitante, sacar el arco en cero, para después rematarlo en la altura del Palogrande. Así logró superar a Barcelona, Santos, Sao Paolo y Boca… siempre la misma fórmula.
Para lograr tal solidez defensiva fue importante el rol de dos hombres: Rubén Darío Velázquez y Juan Carlos Henao. El primero entró al once titular jugando en el doble cinco con Jhon Viáfara y se convirtió en el equilibrio. Asumió un rol de destructor y fue la sombra que le permitió a Viáfara soltarse en ataque, pisar el área y usar su zancada para llevar el balón a campo rival.
Luego está lo que hizo el arquero. La Copa que jugó Henao merece mención especial. Fueron meses en los que el espíritu de la ‘Araña Negra’ poseyó al arquero paisa. Si bien el equipo se hizo muy defensivo, no es cierto que el Once haya sido una impenetrable. Por momentos tuvo grietas y se vio superado por sus rivales. Contra el Sao Paulo en el Morumbí, Boca en la Bombonera y Santos en el Vila Belmiro salió vivo de milagro. Los palos y un sensacional portero le pusieron candado al arco del Caldas.
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Ofensivamente, el grupo se hizo fuerte atacando con velocidad por las bandas. Para salir rápido, ganar la espalda de los laterales rivales, llegar de atrás y terminar bien los contragolpes que se generaban en la banda contraria hubo tres hombres fundamentales: Elkin Soto, que siempre fue fijo por la izquierda, y Dayro Moreno y Diego Arango, que rotaron en la banda derecha. Contra el Barcelona en octavos y el Santos en cuartos, Montoya puso a Arango; pero contra el Sao Paulo en la semifinal y Boca en la final, el elegido fue el joven Dayro.
Con dos buenos hombres de banda, un mediocentro destructor y un volante box-to-box, solo faltaba una pieza que uniera todo el engranaje: la zurda exquisita de Valentierra. Arnulfo jugó en modo lanzador y su precisión fue vital para un sistema que requería de balones largos para explotar su juego directo. El zurdo fue el goleador del equipo en la Copa (5) y nunca nadie olvidará el proyectil de 35 metros que le metió al Sao Paulo en Manizales.
Tras la marcha de Galván, el Once no tuvo y no necesitó de un killer. El equipo se nutrió de las apariciones fugaces de Jeffrey Díaz, Alcázar y Agudelo. Este último fue el héroe que entró desde el banco y compró el pase a la final con un golazo al Sao Paulo. En la era post-Galván hubo poco volumen de ataque y ser delantero del Caldas se hizo una labor ingrata: incomodar, presionar, fijar y desgastar a los centrales rivales.
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Más allá de las virtudes colectivas e individuales del equipazo que armó Montoya, que un equipo de una ciudad pequeña de Colombia haya salida campeón de la Copa Libertadores luego de eliminar a Santos, Sao Paulo y Boca Juniors es una de esas epopeyas que difícilmente un adulto mayor verá dos veces en su vida. La historia del profesor Montoya con el Once Caldas es una página hermosa del libro de historia universal.
Si bien ningún título podrá devolverle algo de lo que dos miserables de corazón negro le quitaron, los colombianos amantes de este deporte le tendremos gratitud infinita. Aquel primero de julio de 2004, todos hinchamos por su Once.
Foto: semana.com
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